Sobre "Noches de Jardín"

ETERNIDAD

Este jardín donde estoy

siempre estuvo en mí. No existo.

Tanta vida, tal conciencia,

borran mi ser en el tiempo.

conocer la obra de Dios

es estar con Él.

                                   Manuel Altolaguirre

       Cuando el sol se tiende sobre la noche, el viajero se detiene en el umbral de una gran puerta. Tras esta se abre un jardín bañado por infinitas luces. Algunas danzan y otras están quietas, pero todas, junto a sus sombras, cuentan historias. El viajero cierra los ojos y escucha latir su pecho. Los pálpitos se aceleran ante la cercanía del jardín. De este modo, inspira hondo y, con las venas llenas de emoción, entra en el lugar.

Quien ha trotado mil mundos pasea lentamente por un camino recto, admirando cada detalle del entorno. Las flores flotan en el césped como pequeñas esquirlas de arcoíris. Los últimos haces del sol descienden sobre el mundo y prenden las antorchas que flaquean el camino. La noche se cierne y vela el jardín con su manto de estrellas.

Asomándose dentro de cada silencio, el viajero escucha la profunda melodía de la creación. El arte fluye por ella, escondida en la corriente del río, en los pétalos de cada flor, en la brizna de cada helecho y en los sueños que viven en el aire.

En medio del camino, aparece una comunidad de personas. La senda discurre por la hierba sobre la que están sentados en círculo. Parecen completamente volcados en una conversación, envueltos en un clima tan inspirador que incluso los árboles parecen inclinarse para escuchar. A veces, los otros viajeros ríen; otras, exclaman emocionados; y, en ocasiones, se limitan a disfrutar de un agradable silencio.

Cuando el viajero llega hasta ellos, sus rostros se vuelven hacia él. Componen una gran sonrisa y le invitan a tomar asiento junto a ellos. El caminante acepta de buen gusto y se une al círculo. Desde ahí logra admirar la plenitud de la noche. Las estrellas titilan brillantes en el cielo, tan eternas como infinitas. Vuelcan su luz sobre el jardín y cada guijarro bebe de ella hasta tornarse lucero.

—Aquí, bienaventurado viajero —comienza la anfitriona—, compartimos una gran pasión por el arte en sus múltiples formas. Contamos nuestras opiniones sobre la poesía, el teatro y la narración del mundo desde tiempos antiguos hasta los que aún están por llegar. Contemplamos juntos la filosofía desde el prisma del universo y nos mecemos en él.

           El viajero escucha su voz mientras ve los rostros de los demás sonreír. Así, concentrado como está, alcanza a distinguir algo que los une a todos. Como un flujo común que los mantiene conectados, un hilo que convierte el círculo en una conciencia colectiva.

—Pero no solo eso —continúa la anfitriona conforme el viajero planea en su descubrimiento—. Esta comunidad nace del trayecto que es la vida, de los regalos que esta nos brinda mientras avanzamos por su senda. Es un lugar de encuentro para expresar nuestros sentimientos y ser libres.

Así pues, el viajero percibe algo nuevo. Otra fuerte unión que envuelve a todo el círculo. Una estela dorada que palpita al unísono con cada uno de sus corazones.

El firmamento se abre con un sonido profundo. Las estrellas se presentan como puertas a mil mundos, su luz ardiendo sobre el eterno jardín de la inspiración. Y así, inmersos en la cima del pensamiento y el sentimiento, el viajero entra en cada una de las puertas.

—Sé bienvenido a Noches de Jardín.