El ámbito médico-científico resulta fascinante. Es un conocimiento incompleto que crece continuamente gracias a las herramientas de la investigación y, a pesar de ello, parece que nunca llegamos a comprenderlo del todo. Es un conocimiento infinito que perseguimos y anhelamos entender.
Mirándolo desde fuera parece relativamente sencillo, el cuerpo funciona como un todo y la Medicina Humana estudia cómo funciona cada parte y cada porción, cada órgano y cada célula, cada molécula que entra y cada molécula que sale, y cómo se integran entre ellos. En cambio, una vez dentro, la complejidad de cada proceso e interacción es tal, que el conocimiento no hace más que salirse de nuestras manos cada vez que intentamos coger un puñado.
Es curioso pararse en ese momento y contemplar las paradojas del cuerpo humano. Es el momento en el que me percato de que mi cuerpo sabe perfectamente qué hacer, cómo hacer y cuándo hacer cada cosa, a pesar de que yo no lo sé. El momento en el que me doy cuenta de que mi cuerpo tiene programas de serie para cada situación posible, que aprende por su cuenta, que yerra y que mejora, que crece y que evoluciona, que filtra recuerdos y que tiene gustos y preferencias. Que tu cuerpo puede preferir el calor al frío o que mi cuerpo puede preferir el olor a vainilla al de lavanda…
Y yo no puedo hacer nada para modificarlo. No tengo ningún control sobre ello.
Sé que una montaña rusa es inofensiva, pero no puedo evitar asustarme. Sé que los cacahuetes son buenos, pero no puedo evitar la alergia. Quiero recordar bien el temario para el próximo examen, pero no puedo evitar olvidarlo. Tampoco puedo evitar recordar los malos momentos. Ni puedo decidir que es mejor hacer la digestión más tarde porque ahora quiero darme un baño. No puedo redirigir células madre hacia una herida para que se recupere antes ni puedo hacer que me salga un sexto dedo. Aunque las plantas sí puedan.
Los humanos somos así. Sabemos muchas cosas de las que jamás seremos conscientes y realizamos un esfuerzo impresionante a cada segundo, con cada respiración.
Son unas paradojas que, a pesar de todo, se integran y entrelazan; forman trenzas perfectas que funcionan como ningún engranaje el humano haya podido imaginar jamás. Es como una magia extraña, una forma de arte. Algo tan cercano y a la vez tan desconocido en lo que no podemos más que confiar ciegamente. Es el cuerpo humano.
Y, bueno, puesto que mi cuerpo no está dispuesto a contarme los secretos de su composición y funcionamiento, tendré que descubrirlo y aprenderlo. Tendré que construir una nueva percepción, de la mano del conocimiento antiguo y el moderno, de profesores y científicos, de compañeros, de filósofos, del mundo que nos rodea... formando una percepción humana nueva y nunca antes vista.