Creo que tenía quince años cuando compré mi primer Quijote para un trabajo de clase de literatura. Hicimos trampa y nos repartimos los ciento veintiséis capítulos entre cuatro compañeros, para proceder a su resumen con la ley del mínimo esfuerzo. Nos resultó ser un libro de aventuras entre pesado y, a veces, gracioso. No obstante, recuerdo haberme quedado con la sana intención de volver a leerlo, no sé si, por amortizar y no desperdiciar su coste de setenta y cinco pesetas, porque con las prisas y el reparto de la lectura me había perdido la mayor parte del contenido o porque, dada su popularidad, algo interesante me tendría reservado. Y ya lo creo que lo leí; de hecho, nunca he dejado de hacerlo.
Admiro a Miguel de Cervantes (1547-1616), no soy de ídolos, pero es mi personaje, por su historia, su personalidad, su Quijote y la manera de transmitir su sabiduría; si bien, cuando leo algo de su biografía no puedo evitar que me moleste la insistencia en sus desdichas: heridas, injusticias, reclusión, desprestigio, plagios, excomunión, pobreza, ingratitud, problemas de juzgados, reputación de las féminas de su familia, infelicidad, victimismo. Probablemente, lo que se cuenta sea cierto; pero, como nos sucede a todos, algunos buenos momentos pasaría, pues la felicidad, la paz y la alegría llegan si antes se ha pasado por los malos. No hay dicha sin dolor. La vida es así.
Por mi parte, acostumbro a defender que lo veo como un hombre de acción, inquieto, luchador, aventurero culto, que viajó y vivió intensamente y que, sin ninguna duda, tuvo que disfrutar de su existencia. No sé por qué ese pesimismo de cervantistas, historiadores y hombres de letras que convierten una vida plena de actividad, viajes y las adversidades propias de aquel tiempo en desgracias. Creo que podría hacerse una excepcional película de su vida. Preguntémonos quién no soportaría alguna etapa de desespero y lo pasaría mal en épocas de guerras, inquisición, miseria, violencia, hambre, contrastes, picaresca.
Lo que nos cuenta el libro brota del manantial de vivencias de la extraordinaria historia personal de don Miguel, de cuyo talento surgieron dos personajes de pueblo, al atardecer de sus vidas, de aspecto poco seductor, pareja extravagante y simpática; uno ataviado y armado con un ridículo conjunto de batalla de siglos pasados y otro con alforjas y bota de vino, montados sobre un caballo y un burro a tono con los dueños, a su imagen y semejanza. El guion no podría ser más simple: peripecias y coloquios en un par de locas salidas y un disparatado viaje de ida y vuelta similar a la duración de unas buenas vacaciones. ¿Cómo es posible que con tan poco construyera la novela y los personajes más célebres de la historia de la literatura? ¿Se puede conseguir más con menos? En el mundo de la economía, de las empresas y las gigantes multinacionales andan como locos desde hace doscientos años con el logro de la optimización de los recursos, la productividad máxima y la excelencia empresarial.
Dicen que don Quijote es fábula, poesía, novela, retórica, en realidad, yo no alcanzo para hablar de literatura; sobre todo, para mí, son historias, expresividad, amistad, gracia, diálogos y amor a la especie humana. Numerosas situaciones, casos dignos de ser examinados, fáciles de acomodar a la vida diaria, vigentes en la actualidad y sin fecha límite de caducidad, un sinfín de lecciones prácticas de filosofía y psicología puras fundidas en una ciencia única. En cualquier caso, la mente y el comportamiento humano. Si se tiene en cuenta que, tanto las corrientes psicológicas más extendidas el siglo veinte como Cervantes bebieron de la fuente de la filosofía y la literatura clásicas, entenderemos que la novela dispense un caudal de consejos y lecciones que parezcan haber sido aprovechados por el conductismo y el cognitivismo. En contraste, poco o nada tiene que ver la propuesta parcial y el reducido ámbito de aplicación de la Inteligencia Emocional con la universalidad del Quijote. Otra grandeza que el novelista posee es la de tocar el cielo sin dejar de pisar la tierra, pues consigue que convivan en armonía y caminen al unísono el instinto, el pensamiento y la conciencia.
Y así, en primer término, si comenzamos por las necesidades naturales del ser humano, se perciben los aspectos más animales o primarios, que, evidentemente, atañen a las necesidades biológicas, a lo natural e indispensable en la lucha por la supervivencia, las tendencias instintivas y todo tipo de inclinaciones innatas: comer, beber, dormir, cobijarse, la salud y la seguridad física; el placer y el dolor, las reacciones; las aspiraciones básicas de unión hombre mujer, las de comunicarse y las de sociedad; y los anhelos de conocimiento y prosperidad.
Continuaríamos con el desarrollo psicológico, que afecta principalmente a las relaciones sociales. Si se pretendieran superar malentendidos, confusiones, conflictos, decepciones e inseguridades se repararía en la recomendación de profundizar en el conocimiento propio y en lo tocante al pensamiento y los sentimientos, los ideales y las creencias, el ego y la ambición, los vicios y las virtudes y los miedos mentales o psicológicos.
Y la conciencia común. A lo largo de toda la obra planean y se imponen los principios más nobles del espíritu y el corazón humano, principios que proyectan el bien para toda la humanidad. Cervantes formula y define las cualidades que presiden la conciencia común, que trascienden el individualismo y las fronteras: la verdad, la libertad, la justicia, el amor, la belleza, el entendimiento, la paz.
Para nuestro genio, el instrumento más poderoso en el aprender y el enseñar es la relación personal directa, el diálogo. El diálogo auténtico, es decir, el que consiste en comunicarse, compartir, participar, observar, escuchar con atención y hablar con honestidad y claridad. Cervantes sabe de la importancia de las pequeñas cosas, y el tanteo inicial, el diálogo y la progresión del discurso en cualquier asunto trivial o espinoso conducen a argumentaciones sorprendentes.
Los personajes son quienes hacen el discurso. En el Quijote es frecuente que dos figuras contrarias y discordantes se manifiesten sin que ello revele el punto de vista del autor; por ejemplo: cristiano y moro, alucinación y razón, noble y plebeyo, caballero y escudero, loco y cuerdo, en las que vemos que, según la ocasión, los papeles de ganador y perdedor se intercambian. Añadamos que, de vez en cuando, el autor, aunque no lo comparta, escribe para su público expresando ideas que este desearía escuchar, los protagonistas hacen su exposición y las puertas se dejan abiertas. El entendimiento requiere de observación y reflexión para llegar a tomar la dirección de la verdad, el final de un camino que debe recorrer el propio lector.
Como he dicho antes, me desagrada que los cervantistas vistan a su señor más principal con el halo de la amargura, el pesimismo y las desgracias. Si nos brindamos la posibilidad de leer detenidamente la vida (o vidas) de Cervantes, comprobaremos que durante unas cuantas décadas apenas tuvo tiempo para recrearse en melancolías y lamentaciones y pasó periodos de largos años sin escribir. Bastante tenía con vivir el presente y salir adelante. Lógicamente, la vitalidad decaería en sus últimos años, al menos en movilidad. Y la de quién no. El pesimismo y la amargura son, en cierto modo, oscuridad, y Cervantes destaca por su transparencia, naturalidad y expresividad. No solo pone de manifiesto que simpatiza con los ideales estéticos y morales que encarna don Quijote, sino que da gloriosa presencia en escena a la gracia, al sentido común y a la sensibilidad hacia los seres vivos y las cosas.
Una personalidad admirable, excepcional observador del mundo y de sí mismo, se conoce bien y no tiene problemas de autoestima, carece de necesidades perentorias de reconocimiento, sabe dónde radican los problemas y que son externos a él. Que tenga la capacidad de ver la realidad no es pesimismo, aunque a todo el mundo le venga bien un poco de gratitud. Cuando lo consideró necesario le escribió directamente al rey, ni más ni menos que a Felipe II (1527-1598). Su habitual elegancia, finura en la ironía y sentido del humor son una buena manera de suavizar la dura realidad y de no transmitir tristeza, desánimo y desilusión a los desocupados lectores de entonces y a los que llegarían después.
La claridad, la encantadora sencillez, el realismo, la serenidad y los ideales nobles logran la vitalidad y el significado que la novela adquiere. Si advertimos que su aguda percepción del mundo choca con el atraso cultural de la época, comprenderemos que cree dos personajes que llaman la atención y, cual actor, interpreta su visión de la vida a través de la representación de ambos. Y otra cosa, particularmente, me cuesta escribir, las ideas no fluyen y menos aún la forma de expresarlas, necesito mucho tiempo; ahora bien, si consigo un párrafo aceptable lo celebro y me siento el rey del mambo. Así que, estoy convencido de que Cervantes fue inmensamente feliz escribiendo las andanzas de don Quijote, de que gozó y se divirtió contándolo sin dejar nada en el tintero; de ahí la sutileza, la ironía, el humor, las metáforas y el doble o triple sentido de un texto ingenioso obligado a superar el tamiz de la censura y la inquisición.
En el Quijote se rinde admiración a toda persona con buena voluntad, se valora más la intención que el resultado, compartir que competir y se sabe perdonar. Cervantes no conoce el odio, no es pro ni anti nada, no juzga ni condena, lo caracteriza el trasfondo de empatía, ética y comprensión, alienta a conocerse mejor a sí mismo para que el mundo mejore y muere abrazando la vida. Pero, al mismo tiempo, no se chupa el dedo ni pone la otra mejilla y es consciente de que sus principios de libertad, amor, verdad y entendimiento resultan incómodos para dogmas, ideologías y legisladores.
Pese a no haber cursado estudios de genética ni física cuántica, intuyó que el instinto y el corazón contienen la inteligencia de los millones de años de historia del universo y que la aparición del ser humano es consecuencia de ella, razones por las que siempre es leal a su sentido común y su conciencia; y cuando estos son humillados o violados es inevitable que sienta descontento, rebeldía u oposición. Su andante caballero, desconocedor del ego, exhibe la inocencia de la fantasía infantil comprometida, noble y arrojada. Y si una conciencia sana presupone la voluntad de construir un mundo mejor y que se entregue lo mejor de uno mismo, don Quijote predica con el ejemplo y, valientemente, a diferencia de los gobernantes, se pone al frente y, con completo desinterés, defiende libertad y justicia para todos.
El camino, como la vida, está para recorrerlo. Señalarse metas o destinos no detienen la vida cuando se logran; ni siquiera son paradas instantáneas, pues cuando se piensa en ellas ya se han convertido en pasado. El Quijote nos enseña que lo que se vive de verdad son los momentos presentes de la vida, sin prisas, y que el final del recorrido, de momento y por lo poco que sabemos, es la muerte.
No es necesario pararse a meditar si Miguel de Cervantes añoraba un mundo mejor, está claro que sí, don Quijote declaraba abiertamente la misión de sus salidas. Intentemos averiguar, ahora, la dificultad de tamaña empresa en los tiempos que corren. En primer lugar, si somos serios, para recorrer la distancia que va de la superficie al fondo de la cuestión, precisamos tranquilidad y mucha paciencia. Cervantes nos recomienda las vías de la libertad para pensar, porque, sin condicionantes ni dependencias podemos observar con afecto, reflexionar, llegar a entender y ver la verdad. De modo que nos lo tomamos con total interés. Precisamente, El Caballero de la Triste Figura no era un indolente, deducimos, pues, que estamos en el buen camino.
Prosigamos. Creemos que sabemos dónde estamos, hemos aprendido de lo que la vida nos enseña y somos conscientes de lo que nos rodea. Por una parte, vivimos en una sociedad exigente, competitiva, compuesta de ganadores a costa de perdedores, cruel. Los poderes, los poderosos y las ambiciones empujan en una dirección que nos aparta de nosotros mismos, de los principios que realmente indica la novela como esenciales para la vida humana. Por otra parte, podemos seguir nuestra conciencia y no colaborar en estropear más las cosas. Curiosamente, cuando uno cualquiera de los principios de libertad, verdad, amor y entendimiento se da plenamente, los otros tres también se disfrutan; por lo tanto, no parece muy complicado, se trata de velar, atender y cuidar de este mundo y de quiénes lo habitan haciendo uso del instinto protector maternal y paternal que se transmite con naturalidad de generación en generación desde el principio de los tiempos.
Y así, don Quijote nos señaló uno de los caminos en esa dirección con su resuelta, firme e irreductible VOLUNTAD, que Sancho corroboró con su cambio progresivo gracias a la EDUCACIÓN recibida de su señor, y que culminó con la armonía y el enternecedor itinerario final del libro, en el que la singular pareja compartía AMOR y compañía.
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Imágenes:
- "El vuelo de Clavileño". Ilustración por W. Heath Robinson, N. York, 1902.
- Grabado de Cervantes de la BNE. Barcelona, Espasa Hermanos Editores, 1879 en http://cervantes.bne.es/es/exposicion/obras/listado/2-personaje-llamado-miguel-cervantes/2-4-miguel-cervantes-parnaso-triunfo-escritor.
- Imágenes 2 y 4: ilustraciones de Enrique Martínez-Salanova Sánchez.
- Viñeta de Forges: imagen de la Exposición realizada en el Museo Casa Natal de Cervantes en 2016: Cervantes (Don Quijote). Forges, un diálogo a través de las eras. http://www.museocasanataldecervantes.org/exposicion-cervantes-y-forges-un-dialogo-a-traves-de-los-siglos/