IN (MEAM) MEMORIAM, R.G.M. (la suya era excelente)
Noches de jardín Zaragoza / 2659-7578
Noches de jardín

IN (MEAM) MEMORIAM, R.G.M. (la suya era excelente)

La presentación de este sexto número está dedica a la memoria de uno de nuestros colaboradores y amigo, uno de aquellos que ya no volverán a ver amanecer pero cuya luz se ha quedado como antorcha perpetua en estas "Noches de Jardín".

Ana Villa | 30 dic 2024


Y todo fue poesía…

 

    Al principio, Góngora: me recitaste el Polifemo -enterito- y me encandilaste. Lo recibí como una señal: encontrar -sin buscar- una piedra preciosa en bruto, sin envoltorios ni adornos. Después comprobé que cualquier momento contigo era excelente para traer a colación algunos versos con sarcasmo y sabiduría.

    Nos contamos la prosa de nuestras vidas y todo fueron casualidades y paralelismos (y antítesis), y anáforas y paradojas que saciaban mi ansia (¿y la tuya?) de compañía, atención y calor.

    Las visitas inesperadas e inquietantes te hacían imprescindible. Y Paco Ibáñez, y con él, Lorca y Quevedo, Goytisolo, Celaya, Miguel Hernández, León Felipe, Alberti, hasta Brassens y, de nuevo, Góngora.

    Tu humor y tu paciencia con mis ritmos fueron efectivos y me hiciste salir de mi jaula de cristal, poderosa cárcel protectora y autoimpuesta. Eras un sitio seguro, sin exigir o tomar más de lo que podía ofrecerte y encontré en ti lo que no sabía que buscaba.

    Y volvieron las golondrinas, y sin darme cuenta acudí a otro paisaje dibujado en mis colores favoritos: Y la niña se fue al mar, a galopar, sin temor a la mala reputación, sin poder volver atrás porque la vida ya te empuja… Solían ser largos escritos nocturnos que nos vinculaban con urdimbres casi perfectas e ilusionantes, la poesía nos desnudaba platónica e intelectualmente.

    Donde estés, quiero volver a agradecerte la generosidad grecolatina de tus gestos clásicos, y que me hayas permitido contar contigo hasta el final del camino y darte la mano y escucharte o estar en silencio.

    Ya nada será igual sin ti, nos dejas vacíos, perdidos y solos. Aunque no estábamos acostumbrados, esta partida no la ganas tú, amigo querido, (o quizás sí te salió bien ese enroque inesperado…), y yo, con la sonrisa rota de una pedrada, me “repliego” como el caracol en su concha a la vez protectora y pesada, para el resto del camino. Y siempre, siempre, acuérdate de lo que un día yo escribí pensando en ti…

    Y el demasiado temprano final, de nuevo Miguel Hernández, es poesía y dolor en el costado, ¡hasta el aliento!, compañero del alma

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