Y todo fue poesía…
Al principio, Góngora: me recitaste el Polifemo -enterito- y me encandilaste. Lo recibí como una señal: encontrar -sin buscar- una piedra preciosa en bruto, sin envoltorios ni adornos. Después comprobé que cualquier momento contigo era excelente para traer a colación algunos versos con sarcasmo y sabiduría.
Nos contamos la prosa de nuestras vidas y todo fueron casualidades y paralelismos (y antítesis), y anáforas y paradojas que saciaban mi ansia (¿y la tuya?) de compañía, atención y calor.
Las visitas inesperadas e inquietantes te hacían imprescindible. Y Paco Ibáñez, y con él, Lorca y Quevedo, Goytisolo, Celaya, Miguel Hernández, León Felipe, Alberti, hasta Brassens y, de nuevo, Góngora.
Tu humor y tu paciencia con mis ritmos fueron efectivos y me hiciste salir de mi jaula de cristal, poderosa cárcel protectora y autoimpuesta. Eras un sitio seguro, sin exigir o tomar más de lo que podía ofrecerte y encontré en ti lo que no sabía que buscaba.
Y volvieron las golondrinas, y sin darme cuenta acudí a otro paisaje dibujado en mis colores favoritos: Y la niña se fue al mar, a galopar, sin temor a la mala reputación, sin poder volver atrás porque la vida ya te empuja… Solían ser largos escritos nocturnos que nos vinculaban con urdimbres casi perfectas e ilusionantes, la poesía nos desnudaba platónica e intelectualmente.
Donde estés, quiero volver a agradecerte la generosidad grecolatina de tus gestos clásicos, y que me hayas permitido contar contigo hasta el final del camino y darte la mano y escucharte o estar en silencio.
Ya nada será igual sin ti, nos dejas vacíos, perdidos y solos. Aunque no estábamos acostumbrados, esta partida no la ganas tú, amigo querido, (o quizás sí te salió bien ese enroque inesperado…), y yo, con la sonrisa rota de una pedrada, me “repliego” como el caracol en su concha a la vez protectora y pesada, para el resto del camino. Y siempre, siempre, acuérdate de lo que un día yo escribí pensando en ti…
Y el demasiado temprano final, de nuevo Miguel Hernández, es poesía y dolor en el costado, ¡hasta el aliento!, compañero del alma…