I
REPARTIR LOS DÍAS
… Sentir
de dónde emerge el aire,
qué labios reconocen
el sabor de la copa
y beben,
acariciar despacio, cuando el sueño,
la luz,
entregar la belleza
a los desnudos,
la ira al mártir disfrazado,
curar también la herida
de las sombras que llaman,
desescombrar los falsos nombres,
arrancar la maleza
del corazón deshabitado,
y repartir siempre los días
entre el deseo
y las espadas...
(Inédito)
II
Malaventuradas las rosas
crecidas en los muros,
malaventurados los
milagros convertidos en trofeos,
malaventuradas las
mil verdades inconfesables,
malaventurados los
evangelios apócrifos
y las fábulas inocentes,
malaventuradas las manos
vacías,
malaventurado el honor
debido a un solo hombre,
malaventurada la hierba
del hoyo y de la cal,
malaventurada la herida
que nace con el alba,
malaventurada la voz
que organiza el silencio,
bienaventurada la nebulosa
de los Pilares de la Creación,
malaventuradas las largas
horas del miedo.
(Inédito, de un próximo libro, Poemas para desordenar el silencio)
III
Nací al resguardo de una hoguera, hoy hace exactamente 39.900 años,
prendida por las manos de mi padre que frotaba con fuerza dos ramas del paisaje.
Algún tiempo después, para conmemorar mi nacimiento,
mi gente decoró con caballos, y ciervos, y bisontes nuestro hogar de los prados de Altamira.
Nací parido por hebreas pecadoras e hicimos juntos la travesía del desierto.
Mis primeras palabras, también cuando nací, fueron para un tal Sócrates
que así, entre todos los silencios, pudo reconocerme.
Nací el 476. Allí estaba mi madre, la bárbara extranjera, y celebramos la muerte del imperio.
El año aquel del 711, llegando desde el sur, árabe fui, y hermano nací entre mis hermanos,
con todos mis hermanos.
Vine a nacer también, pobre de mí, en casa de un humilde platero de Maguncia.
Nací a la vez que el Hombre de Vitruvio. Ese día conmigo nacieron muchos hombres.
No pude nacer el día de la expulsión de los judíos,
ni el día oscuro en que tuvieron que marcharse los moriscos. Entonces no hubo niños,
las rosas solo se plantaban para adornar la hiel de los señores.
Volví a nacer el año del Señor en que Miguel Servet nació
y fuimos juntos en la hoguera. Ministros de otros dioses lanzaban las cenizas a los cielos.
Quiso la madre tierra que naciera en medio de un precioso amanecer que prohibieron,
el nuevo amanecer que con asombro contempló mi maestro Galileo.
Nací el 14 de julio de 1789. Mis voces liberaban los hierros del silencio.
Un día otras mujeres muy lejanas cuidaron felizmente del parto doloroso de mi madre,
ese año venturoso fui a nacer donde los días recurren al sol de medianoche.
Nací el día de gracia del 12 de febrero de 1943, envuelto con ternura
en espejismos y deseos.
Las veces que nací hubo siempre sucesos singulares,
Lucian Freud, por ejemplo, retrató a la reina Isabel, y a Andrew Parker Bowles, el Brigadier,
los dos ornamentadamente traducidos,
Pierre Boulez ató el viento con luces y horizontes desvelados,
y Paul Celan se suicidó,
negra noche del alba
tus cabellos de oro Margarete.
He nacido además mil veces este siglo,
y cada vez, con todo amor, mis madres colocaban bellos jinetes en mis ojos,
muchedumbres de sueños, llanuras despejadas.
y siempre me llamaban por mi nombre.
Pero también he muerto,
mis múltiples despojos apestan a los hombres y a las aves, recorren las honduras
del miedo
y me he quedado muchas veces sin otros verdaderos nacimientos.
(Del libro ¿Qué hace un ramo de rosas bajo el sol?– 2018)